Política

¿Por qué no debe gobernar la extrema derecha en España ?

En los últimos años, la extrema derecha en España, liderada principalmente por Vox, ha ganado terreno electoral, alcanzando casi un 17 % de estimación de voto, según recientes sondeos. Este ascenso, impulsado por una retórica nacionalista, xenófoba y autoritaria, plantea un desafío crítico para la democracia española, en un momento en que el país enfrenta tensiones sociales y una creciente polarización. Su acceso al poder representaría un retroceso histórico y un riesgo para la estabilidad interna y para las relaciones internacionales, especialmente con un vecino clave como Marruecos.

La extrema derecha en España representa un proyecto profundamente regresivo, basado en el miedo, la desinformación y el desprecio por la diversidad. Una serie de hechos recientes han vuelto a poner sobre la mesa los peligros reales que supone su normalización. El más destacado ha sido el juicio contra Ricardo Ferris, exjefe de la Policía Local de Valencia, por incitación al odio tras afirmar en público durante un acto promovido por Vox que “la práctica totalidad de las violaciones son cometidas por inmigrantes” y que “los delincuentes son, en su mayoría, ilegales”. Estas declaraciones no solo son falsas, como demostraron los datos del Ministerio del Interior, sino que constituyen una criminalización sistemática de la inmigración, especialmente la de origen magrebí y subsahariano. El fiscal ha solicitado hasta tres años de prisión y seis de inhabilitación, y testigos del juicio relataron que sus palabras provocaron miedo, tristeza y hostilidad hacia los migrantes. Que un alto mando policial haya utilizado su cargo y su voz pública para difundir estereotipos racistas es alarmante; más aún lo es que haya sido aplaudido por sectores de Vox, que lo presentan como “víctima de la censura progresista”.

Con figuras como Santiago Abascal al frente, la extrema derecha promueve un discurso que socava los principios fundamentales de la democracia. Su rechazo a los avances en derechos sociales, como las políticas de igualdad de género, refleja una visión reaccionaria que busca imponer una identidad nacional homogénea y excluyente. Abascal ha defendido una Europa cristiana y antiinmigrante, una postura que ignora la diversidad cultural que ha enriquecido España durante décadas. Esta ideología no solo contradice la Constitución de 1978, que garantiza la pluralidad, sino que también fomenta un ambiente de intolerancia que puede derivar en violencia, como se ha visto en recientes incidentes vinculados a grupos neonazis.

Durante años, la extrema derecha en España ha cultivado un discurso que vincula inmigración con delincuencia, islam con inseguridad y diversidad con amenaza. Gobernar bajo estas premisas pondría en jaque la confianza ciudadana en el sistema democrático, un legado que España ha construido con esfuerzo tras la dictadura franquista. Uno de los pilares de este discurso es la xenofobia, que explota el miedo a la inmigración para ganar apoyo popular. Vox amplifica esta percepción con declaraciones que estigmatizan a comunidades enteras, presentándolas como una amenaza a la seguridad y a la identidad nacional. Esta retórica no solo es moralmente indefendible, sino que también divide a la sociedad y erosiona la convivencia, que ha sido un logro notable en la historia reciente del país.

Desde el plano mediático, según un estudio reciente de la Universidad Carlos III y la Universidad Politécnica de Madrid, los partidos de extrema derecha en España y Portugal son los que más contenidos manipulados y falsos difunden en redes sociales, especialmente en periodos electorales. Esta fábrica de desinformación, además de erosionar la confianza pública en las instituciones, alimenta un clima de confrontación que amenaza con destruir los consensos básicos sobre los que se ha construido la convivencia democrática. En España, esto se lleva a cabo mediante campañas coordinadas en redes, algunas de ellas investigadas por la difusión de bulos, como es el caso de EDATV. También recurren a la estrategia del “testimonio institucional”, utilizando la figura de exmilitares, excomisarios y otros perfiles de autoridad para dar credibilidad a falsedades y teorías conspirativas.

En paralelo, la agenda ultraderechista se ha caracterizado por una islamofobia cada vez más agresiva. Santiago Abascal ha advertido en mítines sobre un supuesto “proyecto islamizador” en marcha, alertando de que “en 2049, la mitad de la población será musulmana” si no se toman medidas drásticas. Estas afirmaciones, carentes de fundamento, resultan especialmente peligrosas. Pero para Vox, todo vale con tal de agitar la bandera del miedo, incluso a costa de generar tensiones internas que podrían desestabilizar el tejido social.

La normalización del discurso ultra ha provocado un aumento visible de los delitos de odio. Se han multiplicado los insultos racistas en redes, las agresiones verbales a mujeres con velo y la estigmatización de menores no acompañados. Así, la extrema derecha propone una sociedad cerrada, monocorde, atemorizada por su propio reflejo. Una nación que expulsa en lugar de acoger, que excluye en lugar de dialogar.

Uno de los aspectos más preocupantes de una posible llegada al poder de la extrema derecha es su impacto en las relaciones con Marruecos, un país con el que España mantiene actualmente una sintonía excepcional. En un contexto en el que ambos países han trabajado para fortalecer su cooperación en un ambiente basado en la confianza, estabilidad y el respeto mutuo en materia de migración, desarrollado mecanismos de repatriación y cooperación técnica, lucha contra el terrorismo, comercio y seguridad, un gobierno liderado por Vox podría imponer políticas antiinmigración que afectarían directamente a estos acuerdos. Marruecos, como socio geopolítico de primer orden, ha demostrado ser clave para la estabilidad del sur de Europa. Provocar una ruptura con Rabat por razones ideológicas o racistas sería una grave irresponsabilidad.

Tampoco se puede ignorar el impacto que tendría un gobierno de extrema derecha en las relaciones de España con la Unión Europea y con la comunidad internacional. Los socios europeos observan con inquietud la deriva autoritaria y nacionalista de partidos como Vox, y ya han manifestado su rechazo a gobiernos que cuestionan el Estado de derecho. Las inversiones extranjeras, los acuerdos medioambientales, las políticas de cooperación y hasta la reputación turística de España podrían verse seriamente afectadas si el país proyecta una imagen de aislamiento, hostilidad y radicalización ideológica.

La extrema derecha no está preparada para gobernar España. Su propuesta no mejora la seguridad, no resuelve el desempleo, no integra la diversidad, no fortalece la diplomacia. Solo ofrece conflicto, odio y retroceso. Mientras tanto, España, con su rica historia de resiliencia y mestizaje, merece un futuro que honre su pluralidad, no que la ponga en riesgo. Lo que está en juego es la posibilidad de seguir construyendo una sociedad abierta, plural, capaz de integrar identidades distintas. El país necesita un proyecto político que mire al futuro, no al pasado. Que respete a sus socios, como Marruecos, y no los convierta en enemigos imaginarios. Que entienda que la inmigración bien gestionada es una riqueza, no una amenaza. Que escuche a la juventud en lugar de manipularla con bulos. Porque los valores conquistados por la ciudadanía española no pueden ponerse en juego por cálculos electorales ni por frustraciones pasajeras.

Por: Soufiane Ben Lazaar

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