Mundo

Expulsarlos a todos: La última fanfarronería de Vox

Cada vez que Vox lanza una propuesta, lo único que genera dentro y fuera de España es incredulidad, por la desconexión absoluta con la realidad que demuestra y la falta de sentido común que la caracteriza. Esta vez no ha sido diferente: el partido de extrema derecha propone un plan para expulsar inmigrantes, incluso aquellos con residencia legal, bajo el pretexto de que “no se integran”. Una ocurrencia sin base jurídica, lógica ni humana. Un plan que no solo roza lo ridículo, sino que pone en evidencia una profunda incomprensión sobre la demografía, la economía y la historia del país.

Este proyecto, basado en la arbitrariedad y que contraviene la Constitución Española, el Derecho internacional y el propio interés nacional, nos obliga a plantear la siguiente pregunta: ¿Pretende Vox expulsar a quién, cómo y por qué?

Según Vox, todo inmigrante que no demuestre una integración suficiente podría ser expulsado. Pero, ¿qué significa “integrarse”? ¿Vestir de una forma concreta? ¿Pertenecer a una religión específica? ¿Comer jamón? ¿No tener acento?

Analicemos paso a paso por qué esta idea es una tontería monumental y por qué la inmigración es un pilar irremplazable para España. Y también, por qué la propuesta de Vox atenta contra los valores democráticos, la cohesión social y el bienestar económico de una nación que debe buena parte de su progreso a los inmigrantes.

La Constitución Española, en su artículo 14, prohíbe toda discriminación por razón de origen, religión o cualquier otra circunstancia personal o social. Expulsar a una persona con residencia legal por criterios culturales o ideológicos sería una aberración jurídica. A esto se suma la jurisprudencia del Tribunal Constitucional y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que han protegido con claridad el derecho a la no discriminación y al debido proceso, incluso en casos de extranjería.

Además, la medida contradice abiertamente la Directiva europea 2008/115/CE sobre el retorno de nacionales de terceros países en situación irregular, y abre la puerta a una situación más cercana a regímenes autoritarios que a una democracia europea del siglo 21. Y sin embargo, esa es la base del discurso de Vox: señalar con el dedo, levantar muros y dividir.

Expulsar a casi ocho millones de personas, incluyendo a quienes nacieron en España, tienen nacionalidad española o residen legalmente, requeriría un aparato burocrático, policial y financiero que España no posee ni podría desarrollar sin colapsar. Deportar inmigrantes según la propuesta de Vox implicaría cerrar fronteras, suspender derechos fundamentales y afrontar una crisis diplomática sin precedentes con más de cien países de origen. Todo ello demuestra que Vox practica un ejercicio de demagogia que ni siquiera respeta la aritmética básica.

Pero más allá de todo lo mencionado, la propuesta de Vox es una bomba de relojería contra la economía española. Si se llegara a ejecutar, supondría la paralización inmediata de sectores enteros. La agricultura colapsaría, la construcción se detendría, el sistema de cuidados se vería completamente afectado. Sin los inmigrantes, incluso las pensiones se tambalearían.

Los datos son contundentes. Según el INE, los trabajadores inmigrantes representan más del 18 % de la fuerza laboral en España. En sectores como la agricultura, ese porcentaje supera ampliamente el 40 %. En el trabajo doméstico y de cuidados, son mayoría absoluta. El Banco de España ha proyectado que el país necesitará hasta 25 millones de trabajadores inmigrantes adicionales para 2053, si se quiere mantener el equilibrio entre cotizantes y pensionistas.

Así pues, queda claro que España necesita inmigrantes para sostener el sistema de pensiones, rejuvenecer una población envejecida y mantener la productividad en sectores clave. Expulsarlos sería, literalmente, un suicidio económico.

Desde el punto de vista social, la propuesta de Vox concibe la integración como una obligación unidireccional. Como si solo el inmigrante tuviera el deber de adaptarse, mientras que la sociedad de acogida quedara exenta de hacer ningún esfuerzo por acoger, entender, acompañar y aprender del otro. La diversidad cultural, lejos de ser una debilidad, ha sido históricamente una de las fortalezas de España.

En este punto conviene recordar que muchos de los que hoy se consideran perfectamente “integrados” fueron en su día objeto de los mismos prejuicios. Porque lo que cambia no es el inmigrante. Lo que cambia es el tiempo… y la voluntad política.

España no sería lo que es sin la inmigración. Desde las cuidadoras que atienden a los mayores en residencias, pasando por los hombres que han levantado urbanizaciones enteras con sudor y esfuerzo, hasta los jóvenes que llenan los estadios de fútbol y despiertan el entusiasmo colectivo. Vox promueve el mito de que los inmigrantes “vienen a aprovecharse” o “no aportan”, ignorando a quienes, nacidos fuera o hijos de inmigrantes, han representado a España y contribuido de forma ejemplar a su imagen internacional.

Varios nombres enriquecen la identidad española con sus tradiciones y talentos. El ejemplo reciente y emblemático es el de Lamine Yamal. Ese chico que debutó con la selección española a los 16 años y deslumbró al mundo. Nacido en Esplugues de Llobregat, hijo de padre marroquí y madre ecuatoguineana, y formado en La Masia. El mismo que, según ciertos ideólogos de la “España pura”, debería “volver a su país”. ¿Devolverlo a Marruecos? ¡Por favor! Aquí lo recibiríamos con los brazos abiertos, sin escuchar insultos racistas desde la grada como “vete a tu país” o “moro de…”.

Y es que sin Lamine Yamal, España no habría llegado a donde ha llegado en los últimos dos años. Como sin tantos otros hijos de la inmigración que hoy visten la camiseta roja. Su éxito, aplaudido por millones, es una bofetada a la intolerancia de Vox y un recordatorio de que el talento no entiende de fronteras.

Durante la posguerra, los trabajadores italianos y portugueses ayudaron a levantar España. Hoy, los marroquíes, rumanos y latinoamericanos sostienen sectores esenciales. Lo que hace Vox no puede considerarse política: es un espectáculo electoral basado en la crispación, el odio y la mentira. Saben perfectamente que lo que plantean es inviable tanto jurídica como económicamente. Pero no les importa: buscan polarizar, generar titulares resonantes y colar el odio en el discurso público para normalizarlo.

España tiene por delante un reto urgente: seguir siendo un país que integra, que valora, y que construye sobre la diversidad. Porque la inmigración no es una amenaza: es una riqueza. Pero para que lo siga siendo, hay que protegerla del odio y defenderla con firmeza.

Por Soufian Belzaar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *