Política

Los juegos de las plumas sucias del diario Le Monde: un ataque que fortalece a Marruecos

Por Abdellah Boussouf

El diario Le Monde lanzó el lunes 26 de agosto una nueva campaña hostil contra Marruecos, anunciando una serie de seis episodios, cuyo primer artículo ya marca la pauta: un ataque frontal, disfrazado de periodismo, contra los símbolos del Estado marroquí —en primer lugar, Su Majestad el Rey Mohammed VI.

A pesar de la conocida animosidad de Le Monde hacia Marruecos y sus instituciones, la lectura del artículo revela una acumulación de falsedades, conjeturas malintencionadas e insinuaciones sin fundamento. Un texto destinado claramente a provocar agitación mediática y política —cosa que logró, pero en sentido inverso: el pueblo marroquí se unió más que nunca en torno a su Monarquía y a su Soberano.

Una campaña premeditada

¿Vale la pena esperar los cinco artículos restantes? ¿Deberíamos gastar energías en responder? La verdadera pregunta es: ¿necesitamos los marroquíes que un medio extranjero nos explique nuestra historia? ¿Que nos enseñe cuál es nuestra relación con nuestros Sultanes y Reyes?

Evidentemente no. El pueblo marroquí conoce su historia, su Monarquía y sus constantes nacionales. El vínculo entre el Trono y el Pueblo no se discute: se vive, se hereda y se fortalece a lo largo del tiempo.

Ataques sin fundamento ni ética

Esta última ofensiva de Le Monde se distingue por su bajeza. A través de las plumas de Christophe Ayad y Frédéric Bobin —periodistas más conocidos por su militancia que por su rigor profesional— el diario se atreve a opinar sobre el estado de salud de Su Majestad el Rey Mohammed VI sin base médica alguna, basándose únicamente en imágenes sacadas de contexto.

Recordemos que el Rey de Marruecos, como jefe de familia de la Nación, nunca ha ocultado sus momentos de enfermedad. Cada episodio ha sido comunicado oficialmente por el Palacio Real, con total transparencia. Esa confianza mutua entre el Rey y su pueblo es precisamente lo que molesta.

Ayad, antiguo corresponsal en Egipto y autor de libros sobre geopolítica en Oriente Medio, se ha distinguido por enfoques sensacionalistas. Su conocimiento del Magreb es superficial, y su parcialidad, evidente.

La obsesión marroquí de cierta prensa parisina

Lo que resulta evidente es la fijación obsesiva de algunas redacciones francesas —especialmente Le Monde— con atacar las bases de la estabilidad marroquí. Esta vez, bajo la apariencia de un “reportaje”, apuntan directamente al corazón del sistema institucional: la Monarquía.

Se apoyan en voces marginales o desprestigiadas para legitimar un relato ficticio. Manipulan fragmentos de realidad y opiniones aisladas para alimentar un discurso que ya no convence a nadie.

El doble rasero mediático

Mientras Le Monde dedica sus columnas a atacar a Marruecos, guarda un silencio ensordecedor ante los dramas humanos en Argelia. El reciente accidente de un autobús en mal estado, que dejó decenas de muertos, apenas mereció una mención. ¿Y el paradero del presidente argelino Abdelmadjid Tebboune? Silencio total.

Durante la reciente crisis entre Argel y París, Le Monde insinuó constantemente que Rabat era el único beneficiado —una lectura simplista y reduccionista, que ignora la complejidad geopolítica del Norte de África y el papel central de Marruecos en el Sahel, Libia y más allá.

Marruecos: una nación singular

A los autores de este ataque —y a sus financiadores— les recordamos que Marruecos nunca ha sido una copia. Es una excepción histórica, cultural y política. Desde la expansión islámica, pasando por el período otomano y la colonización europea, hasta los tiempos del “despertar árabe”, el Reino ha trazado su propio camino.

Marruecos es “una tela única”, una nación que sabe perfectamente quién es, hacia dónde va y bajo qué liderazgo camina: el de Su Majestad Mohammed VI.

Por ello, no leeremos los siguientes capítulos. No por desprecio, sino por claridad: no nos dirán nada que no sepamos mejor que ellos.

Y a quienes creen poder debilitar nuestros cimientos, les respondemos:
No habrá lección que recibir, ni trono que tambalear, ni pueblo que dividir.

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