Protestas de la Generación Z en Marruecos: entre legítimas inquietudes sociales y riesgos de manipulación
Las manifestaciones del 27 y 28 de septiembre, protagonizadas por jóvenes de la llamada Generación Z en varias ciudades marroquíes, han reabierto un debate complejo:
¿Se trata de una explosión espontánea de frustración social, o de un movimiento parcialmente instrumentalizado desde el exterior?
Un análisis en tres niveles: social, mediático y ético.
Las movilizaciones recientes no deben analizarse únicamente desde el prisma del orden público. Lo cierto es que reflejan la existencia de una sociedad activa, con capacidad crítica, donde el silencio social sería, en realidad, un signo mucho más preocupante. En este contexto, la protesta pacífica, incluso cuando nace en redes digitales y carece de estructura tradicional, puede ser vista como una forma de catarsis colectiva.
Este nuevo actor social, la Generación Z marroquí, plantea desafíos sin precedentes. Se trata de jóvenes no afiliados, que no han pasado por el filtro de los partidos políticos ni de los sindicatos, y que se organizan a través de plataformas como Discord, Telegram o Instagram. Su comunicación es veloz, emocional y viral. No buscan interlocutores clásicos, sino espacios de expresión inmediata.
Uno de los fenómenos más reveladores es el nacimiento de plataformas como GENZ212, que agrupan miles de jóvenes con inquietudes sociales comunes pero sin un liderazgo definido. Este modelo horizontal da fuerza al movimiento… pero también lo vuelve inestable y permeable a todo tipo de influencias externas.
Desde la parte más crítica, se ha alertado sobre conexiones sospechosas entre ciertos administradores del movimiento —ubicados fuera de Marruecos— y actores mediáticos conocidos por su hostilidad hacia el Estado marroquí. A esto se suma el giro radical de ciertas páginas, que han pasado de contenidos deportivos a consignas de ruptura política en cuestión de días.
¿Estamos ante un nuevo modelo de ciudadanía digital, o ante una estrategia bien pensada para canalizar el descontento hacia objetivos más oscuros?
Si bien existen fallos estructurales evidentes en sectores como la salud o la educación —reconocidos incluso en los discursos reales—, pretender que el dinero invertido en la Copa de África o en el Mundial 2030 es la raíz de todos los males resulta una simplificación peligrosa.
¿Acaso se espera que la Federación de Fútbol arregle los hospitales? Es absurdo. Se están confundiendo deliberadamente prioridades y responsabilidades para alimentar un discurso de descrédito.
El riesgo aquí no está en la protesta social en sí —a la que muchos ciudadanos adhieren en parte—, sino en la manipulación de una juventud sin referentes políticos claros, convertida en blanco fácil de mensajes extremistas que buscan sembrar el odio hacia su país. Nadie se opone a que los jóvenes se expresen, pero hay que tener lucidez: ninguna protesta de esta magnitud es totalmente inocente ni completamente espontánea.
No es negando los logros ni polarizando los debates como se construye un país. La crítica, para ser útil, debe ir acompañada de propuestas realistas y de un compromiso con el bien común.
Uno de los temas más recurrentes en las protestas es el colapso del sistema sanitario. Pero para entenderlo de forma honesta, es importante asumir que el problema no es solo estructural, sino también ético.
Una parte significativa de los médicos del sistema público trabaja simultáneamente en clínicas privadas, abandonando —en algunos casos— sus responsabilidades en los hospitales del Estado. Algunos redirigen directamente a los pacientes a sus consultorios privados, debilitando aún más la confianza en el servicio público.
Este doble juego debe ser regulado con firmeza. El Ministerio de Sanidad debe asumir su rol no solo como ejecutor de reformas, sino como garante de la ética profesional. La salud no puede ser vista como un mercado, y quienes se formaron en universidades públicas deben también rendir cuentas al sistema que los formó.
Detrás de las consignas emocionales y de los hashtags bien diseñados, hay estrategias que responden a agendas concretas. Y lo más grave es que esas agendas, en muchos casos, no tienen nada que ver ni con la sanidad, ni con la educación, ni con Palestina, sino con un objetivo más perverso: desestabilizar un país en pleno ascenso regional.
Marruecos está frente a una generación que no se parece a ninguna anterior: hiperconectada, crítica, impaciente, desengañada de los canales clásicos. Pero eso no la convierte en enemiga del Estado, sino en una parte esencial de su futuro.
Lo que está en juego no es solo el orden social, sino la legitimidad de las instituciones frente a un nuevo lenguaje ciudadano. Responder con inteligencia, autocrítica y propuestas concretas es la mejor garantía de estabilidad. Porque un país que sabe escuchar a sus jóvenes, es un país que se prepara para durar.