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El coste político para España de acoger a militares argelinos implicados en la represión y en el apoyo a los terroristas del Polisario

La misteriosa desaparición del general Abdelkader Haddad, exjefe de la contrainteligencia argelina, genera un terremoto político en Argel. Mientras se multiplican los operativos militares para localizarlo, varios medios aseguran que habría escapado en patera hacia España. La pregunta es inevitable: ¿por qué España debería involucrarse en proteger a figuras del régimen que simbolizan el aparato represivo de Argelia?

El régimen argelino atraviesa uno de sus momentos más delicados desde la caída de Bouteflika. La reciente fuga del general Abdelkader Haddad —más conocido por su alias «Nasser el-Djinn»— no es un simple caso de deserción. Es el síntoma visible de una fractura interna en el corazón del poder militar, y una señal de que ni siquiera los altos mandos están a salvo de las purgas, los ajustes de cuentas y el desmoronamiento progresivo del sistema.

Haddad fue director general de la Seguridad Interior (DCSI) hasta mayo de 2025, cuando fue destituido tras una breve pero intensa etapa al frente del aparato de inteligencia. Su nombre está vinculado al tristemente célebre Centro Antar, señalado por múltiples organizaciones internacionales como un centro de detención y tortura. Anteriormente, en 2018, ya había huido a España para evitar las purgas lanzadas por el general Ahmed Gaïd Salah. Sin embargo, fue reincorporado posteriormente y ocupó cargos estratégicos en el Estado profundo argelino.

En las últimas semanas, Argelia vive una tensión sin precedentes: retenes militares en las principales salidas de Argel, vigilancia reforzada en las fronteras, bloqueo de los pasos hacia Túnez y silencio oficial desde la presidencia. Según el exdiplomático argelino Mohamed Larbi, “la capital está en estado de alerta máximo; es evidente que el régimen está en pánico”.

Larbi afirma que Haddad logró escapar en una lancha rápida hacia la costa española con la ayuda del coronel Souay Zarqin, una figura también señalada en varios círculos opositores. Otros como el activista Walid Kabir aseguran que el general huyó en una embarcación usada normalmente para la inmigración clandestina hacia las Islas Baleares.

Lo más preocupante no es solo la fuga, sino lo que representa: el colapso del mito del control absoluto del régimen. El mismo sistema que presume de tener bajo vigilancia a toda la población no logra retener a uno de sus hombres más poderosos y peligrosos.

¿Y ahora qué hará España?

Si se confirma que Haddad ha logrado llegar a suelo español, la cuestión ya no es exclusivamente argelina. Se convierte en un problema europeo.

Si se confirma que Haddad ha logrado llegar a suelo español, la cuestión ya no es exclusivamente argelina. Se convierte en un problema europeo.
En mi opinión, España debe plantearse con seriedad:

¿Qué gana España acogiendo a un alto mando militar implicado en violaciones de derechos humanos?

¿Está España preparada para asumir las consecuencias políticas, morales y de seguridad que implica ofrecer refugio —explícito o no— a figuras como Haddad?

Este gesto puede generar tensiones diplomáticas con Argelia, pero también tiene implicaciones morales y políticas que España no debería pasar por alto. Especialmente cuando se trata de un régimen que no solo reprime a su propio pueblo, sino que además apoya y financia movimientos armados vinculados al terrorismo, como el Polisario, responsables de violencia y desestabilización en la región.

España debe reflexionar sobre si quiere ser parte de este entramado o si prefiere jugar un rol responsable, que promueva la estabilidad y el respeto a los derechos humanos en el Magreb.

Mientras el régimen argelino se esfuerza por mantener una imagen de solidez, sus pilares más importantes —el ejército, los servicios secretos, la élite política— están siendo sacudidos desde dentro. La fuga de Abdelkader Haddad no es una simple anécdota: es un símbolo de la descomposición de un sistema que ha vivido demasiado tiempo de miedo, opacidad y represión.

España, la Unión Europea y el resto de la comunidad internacional deben preguntarse si desean convertirse en el refugio de los que han sido verdugos hasta ayer… y qué tipo de estabilidad quieren promover realmente en el Magreb.

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