Argelia e Irán: Alianza peligrosa que financia el terrorismo y desestabiliza el norte de África
En una región marcada por conflictos, intereses cruzados y falsas neutralidades, la alianza cada vez más evidente entre Argelia e Irán representa una amenaza directa no solo para sus vecinos, sino también para la seguridad de Europa y del mundo libre. Bajo el disfraz de la soberanía y el antiimperialismo, estos dos regímenes han optado por convertirse en patrocinadores del terrorismo internacional, utilizando milicias y movimientos radicales como herramientas geopolíticas.
Argelia: el silencio cómplice del Magreb



Argelia se presenta ante el mundo como un estado estable, pacifista y comprometido con la autodeterminación de los pueblos. Pero detrás de ese discurso, esconde una realidad más oscura: protección, financiación y colaboración con grupos terroristas que operan en el Sahel y en el Sáhara Occidental.
Desde AQMI y JNIM, hasta la cobertura activa al Frente Polisario, Argelia ha convertido su territorio en un refugio logístico y operativo para organizaciones que han sembrado el caos en África Occidental.
El Polisario, en particular, ha evolucionado de ser un movimiento separatista a convertirse en una plataforma militarizada con vínculos crecientes con Irán y Hezbolá. Según múltiples fuentes diplomáticas y de inteligencia, Teherán habría canalizado fondos y armas al Polisario con la mediación argelina. Esta conexión no solo amenaza a Marruecos —que tiene pleno derecho a defender su integridad territorial—, sino que también abre una puerta peligrosa a la penetración del extremismo chií en el norte de África.
Irán: el titiritero del terrorismo regional



Por su parte, Irán ya no oculta su estrategia: influir en Medio Oriente a través de la financiación de grupos armados como Hamas, Hezbolá y los hutíes. Su rol en la desestabilización de Yemen, su apoyo al terrorismo contra civiles israelíes y su constante promoción del antisemitismo son prueba de que el régimen iraní no busca paz ni equilibrio, sino expansión ideológica a cualquier precio.
La complicidad con Argelia responde a intereses comunes: debilitar a Marruecos, frenar la influencia occidental en África y abrir nuevos frentes contra Israel. Esta alianza ha generado preocupación no solo en Rabat y Jerusalén, sino también en capitales europeas donde ya se perciben los efectos colaterales: migración forzada, terrorismo importado, y redes de radicalización que operan desde el Sahel hasta las banlieues.
Israel: un ejemplo de firmeza y claridad moral

Frente a esta estrategia del caos, Israel se mantiene como una democracia resiliente y una fuerza estabilizadora en una región plagada de autoritarismos y fanatismo. Mientras Argelia apoya a quienes lanzan cohetes sobre civiles, Israel invierte en tecnología, cooperación internacional y seguridad regional.
A pesar de ser víctima constante de ataques por parte de Hamas —organización que Irán respalda económica y militarmente—, Israel no solo se defiende, sino que también colabora con países africanos en materia de agua, agricultura, ciberseguridad y antiterrorismo. En lugar de exportar violencia, exporta soluciones.
No es casual que los regímenes más autoritarios ataquen a Israel: lo hacen porque representa todo lo que ellos temen y odian. Libertad, diversidad, innovación, tolerancia religiosa y capacidad de respuesta frente al terrorismo.
Financiación en la sombra: Argelia, Irán y los fondos del terrorismo
Las denuncias no son nuevas, pero se hacen cada vez más difíciles de ignorar. Argelia habría destinado entre 600 millones y 1.000 millones de dólares anuales al Frente Polisario, no solo en logística, sino también en apoyo militar y financiación estructural. Este respaldo, lejos de ser meramente ideológico, se canaliza a través de redes opacas de transferencias informales —como el sistema hawala— y empresas pantalla. Según diversas fuentes diplomáticas, parte de esos fondos habrían servido también como canal para financiar las actividades del Hezbollah en el Líbano, con el conocimiento y complicidad del régimen argelino.
Por su parte, Irán mantiene una red global de financiación del terrorismo a través de instituciones como la Bank Saderat, sancionada por Estados Unidos, y mediante operaciones encubiertas de la Fuerza Qods de los Guardianes de la Revolución. El dinero fluye a través de ventas ilegales de petróleo, tráfico de armas y empresas ficticias, alimentando milicias como Hamas, Hezbollah y los hutíes. En África y América Latina, se estima que estas redes movilizan más de 500 millones de dólares anuales, blanqueados a través del narcotráfico, la minería ilegal y actividades pseudo-caritativas.
Estas conexiones financieras convierten a Argelia e Irán no solo en cómplices ideológicos, sino en socios activos en la arquitectura global del terrorismo.
Es hora de que la comunidad internacional deje de normalizar el doble juego de Argelia. No se puede seguir tolerando que un Estado que apoya a grupos armados y facilita el avance del extremismo en África tenga voz moral en Naciones Unidas o en foros africanos.
Y es hora también de reconocer el rol esencial de Israel como bastión democrático y aliado estratégico frente al extremismo. En un mundo donde el terrorismo se oculta bajo banderas de liberación, necesitamos claridad, firmeza y aliados confiables.
El silencio es complicidad. Y cada día que Argelia e Irán actúan sin consecuencias, el precio lo pagamos todos.